Nos suele suceder
«Acepto y voy al encuentro del acontecimiento .. Pero también lo que las circunstancias nos traen es lo anteriormente decidido por uno en actitudes mágicas», José Luis D’Amato.
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Tratándose del enano de la Admisión, no sería nada raro que me avise que tengo una llamada, y me grite: “Malfé e E, teléfono O o”. Y tengo que ir a buscarlo, ¿por qué no me lo traerá? Me aparto del Equipo de la Guardia Nocturna; voy, tomo el inalámbrico y entre interferencias escucho una voz de mujer que me dice algo sobre cierto relato: «No se puede hacer ese desplante suyo como usted lo tenía pensado; ¿porque usted lo escribió, verdad?». La voz se pierde en el barullo que hace el teléfono. La señora parece decirme algo sobre una empresa editorial, y agrega un término que me suena a Kichwa; dice “huainoro” o algo así. Pienso que el momento es congruente con las dificultades corrientes, y como que las realidades son difícilmente comprensibles pero igual les interactuamos, así es pues que diré en el teléfono: «Claro está, señora: Huainoro es algo que yo tengo escrito; le agradezco el llamado, pero con los ruidos no le entiendo bien; ¿qué está pasando?». Será entonces que el enano me mire con una sonrisa bonachona y me diga: «Por cierto que está usted establecido, muy bien». Maldito enano metiche, ¡tanta bondad de su parte!; tendré que alejarme de él y volverme con el inalámbrico hacia el salón donde estaba. Y al ver que dejo el ámbito de admisión, el enano se apresura en darme una voz precautoria: «No vaya a hacernos una aurora tensa, jefe, no se serruche el banquito». Enano maldito, los comentarios que me hace, ya me encargaré de picarle el boleto.
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La señora del llamado me avisa que le pasa la comunicación a otra persona, es un hombre de voz grave y metálica que me empieza a hablar de ciertos trámites previos: formularios con opciones, posteriores cartas de intención para que yo las firme. ¿Pero qué pretenden, de dónde llamarán? «Oigame, amigo, la comunicación está técnicamente imposible; lo poco que tengo claro es un interés por parte de ustedes acerca de unas letras mías de ficción, ¿es así?». La voz metálica hace una pausa en su afán tramitero, y se desprende con “Ah, bueno, entendió algo, tal cual como integralmente dice usted, así son nuestros planes, pero escuche: son necesarias algunas formalidades..».
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Y ya me he retornado con el teléfono al salón con las plantas donde hacemos las guardias; aquí están los compañeros de mi equipo, sentaditos y viéndome reaparecer. La comunicación con la gente de la llamada se me ha puesto doblemente farragosa, pues además de los ruidos que la dificultan, el señor quiere seguir hablándome: de circunscripciones, de asuntos oficinescos a los cuales me convoca. Le digo: «Se me hace que va a ser mejor que después yo los llame desde un aparato que funcione bien. Dígame por favor sus datos para que les retorne la llamada». ¡Para qué!; el tipo con voz de trombón hace otra pausa y me plancha: «Vaya, vaya con el pichón; además de escribir ficciones beodas y beatas, el inútil sólo quiere andar por las suyas». Y corta. Pero menos mal que estoy en el salón de la Guardia, con las plantas y los compañeros. Les cuento los aconteceres de la llamada, de los trámites que se me planteaban, les menciono el inusual término «huainoro».
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Evaluamos en equipo las significaciones del episodio que atravesé; también tocamos de soslayo los descomedimientos del enano, de él me dicen: «hay que tomar sus cosas como de quien vienen». Se podría pensar ─me lo dicen sobre el vocablo en un supuesto Kichwa─, que puede tratarse de una pregunta en Inglés: «Why, Noro?».
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En cuanto a mi desasosiego por una aparente masividad en los hechos, que podrían pintarse como acciones superpuestas o simultáneas, en un formulamiento sin lógica alguna.. \!/Arribamos a un consenso diferenciador, en tanto todos y cada uno de los procesos se perciben en instantes que no son múltiples, sino en el momento único y propio de cada tiempo personal. Los compañeros entonces coincidimos: Las que se superponen son las distintas imágenes y sensaciones, las que se hacen las personas, pero a partir de la unicidad beata y beoda del fenómeno holístico/!\. Y dentro de todo, es la capacidad contentiva de las plantas en el salón, lo que más nos consolida.
¡Hurrah por las plantas saloneras!
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